Escuché una historia preciosa sobre un chiquillo hindú que encontró a su Maestro. Se le preguntó: “¿Crees que el sol podría oscurecerse para ti si lo vieras sin el Maestro?”.
El chico sonrió. “El sol continuaría siendo como es, pero en la presencia del Maestro doce soles brillarían para mí”. El sol de la sabiduría de India brillará porque en la orilla de un río se sienta un chico que conoce al Maestro.
En las mismas enseñanzas de India se dice: “¡Bendita seas tú, India! Porque solo tú has guardado el concepto de Maestro y discípulo. El Guru puede disipar el ataque del sueño. El Guru puede elevar el espíritu caído. ¡Ay de aquel que se atreva a proferir falsos testimonios hacia alguien como su Maestro y que pronuncie con ligereza la palabra Maestro, mientras se honra a sí mismo! El que verdaderamente florece es ese espíritu que ha comprendido el sendero de ascenso; y fracasa aquel que ha caído en la duplicidad del pensamiento”.
Podemos preguntar a un chico hindú si desea tener un
Guru. No es necesario que el chico pronuncie palabra alguna, porque sus ojos expresarán su deseo, su esfuerzo y su devoción. El fuego de Aryavarta se encenderá en sus ojos. El raudal del Rig Veda brillará sobre las laderas de las montañas.