La he advertido también en los recuerdos de oficiales alemanes —reincorporados a filas para constituir el ejército alemán de la posguerra— que habían luchado contra los rusos en la estepa, mientras hablaban con orgullo de unos padecimientos que recordaban las experiencias de sus antepasados medievales.
Y la he notado muy acentuadamente entre los oficiales de la India, sobre todo en su prontitud al recalcar que son rajputs o dogras, descendientes de los invasores que conquistaron el país en los albores de su historia. Y también la he advertido entre los oficiales estadounidenses que lucharon en Vietnam, el Líbano o el Golfo, referentes de un código de valor y servicio que se remonta a los orígenes de la república.
Los militares no son como los demás hombres: es la lección que he aprendido de toda una vida en el seno del mundo militar. Y la lección me ha enseñado a considerar con extrema suspicacia las teorías y modelos sobre la guerra que tratan de equipararla con cualquier otra actividad humana. Indudablemente, la guerra, como han demostrado los teóricos, está relacionada con la economía, la diplomacia y la política; pero esta relación no significa identidad ni similitud. La guerra es totalmente distinta de la diplomacia y de la política porque tienen que hacerla hombres cuyos valores y cuya capacidad no son los de los políticos y los diplomáticos.
Son valores de un mundo muy distinto, un mundo muy antiguo que existe en sintonía con el mundo cotidiano, pero que no forma parte de él. Ambos mundos cambian con el paso del tiempo, y el del guerrero sigue los pasos del civil, pero a una cierta distancia.
Y esa distancia nunca se anula, pues la cultura del guerrero no puede ser nunca la de la civilización. Todas las civilizaciones deben su nacimiento a los guerreros, y sus culturas nutren a los guerreros que las defienden; y las diferencias entre ellas hacen que las diferencias externas de los guerreros varíen mucho de una a otra.
Uno de los temas de esta obra es, precisamente, que en el aspecto externo hay tres tradiciones guerreras distintas, pero en último extremo no hay más que una cultura guerrera. Su evolución y transformación a lo largo del tiempo y del espacio, desde la aparición del hombre sobre el planeta, constituye la historia de la guerra.