Si quería asegurarse aquel millonario contrato, Spence Tyack debía estar casado al menos durante una semana. Así pues, necesitaba una mujer a la que pudiera cortejar en público y con la que pudiera acostarse en privado. Pero, ¿quién podría llevar a cabo tan delicado trabajo? Desde luego su recatada secretaria no. Sadie Morrisey era una magnifica empleada, pero Spence jamás habría sospechado que estuviese dispuesta a meterse en el papel tan a fondo… ¡no sólo en la sala de juntas, sino también en el dormitorio!
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