En primer lugar, hay que ponerse de acuerdo sobre el sentido de la palabra «esoterismo»: todo el mundo sabe que designa a priori unas doctrinas y unos métodos más o menos secretos porque se considera que están más allá de las capacidades limitadas del común de los hombres. Ahora bien, lo que se trata de explicar es por qué esta perspectiva es posible e incluso necesaria, y cómo se aplica a los diversos planos de la existencia humana; todo esto partiendo de la idea de que se trata de esoterismo auténtico y no de esas falsificaciones o desviaciones capaces de comprometer la palabra, si no la cosa, y que a menudo no hacen sino satisfacer una inclinación por la extravagancia. Es cierto que todo esoterismo aparece como teñido de herejía desde el punto de vista del exoterismo correspondiente, lo que evidentemente no puede descalificarlo si es intrínsecamente ortodoxo, es decir, conforme a la verdad a secas y al simbolismo tradicional al que pertenece. Es verdad que el esoterismo más auténtico puede alejarse incidentalmente de este marco y referirse a simbolismos ajenos, pero no puede ser sincretista en su propia sustancia. Por lo demás, lo que nos interesa aquí son menos los esoterismos históricos —tales como el pitagorismo, el Vedânta shivaíta o el Zen— que el esoterismo en sí, al que denominaríamos de buen grado sophia perennis y que en sí mismo es independiente de las forma particulares, puesto que es su esencia.
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