La joven Nancy Astley vendía ostras en una pequeña ciudad portuaria en la costa de Kent hasta que un día llegó una compañía de variedades donde cantaba un joven encantador, Nancy se dejó seducir por su voz y por su gracia, y descubrió que en realidad era también una jovencita, como ella. La siguió a Londres como su asistenta, como su amante y como su compañera de actuación. Pero esto no fue más que el primer paso de una larga y muy peculiar educación sentimental. Porque en la Inglaterra victoriana, la transgresión, los «vicios» más secretos, surgían a cada paso que Nancy daba.
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