Claudia Bertucci era una artista de la manicura, nacida en Brooklyn y que jamás había puesto un pie fuera de Nueva York. Pero de repente se vio obligada a esconderse de la mafia, y qué mejor sitió que una tranquila granja en el lejano Wisconsin, que además era propiedad de Ross Evans, un agente del FBI. Podía soportar el olor de las vacas, levantarse antes del amanecer, incluso prescindir de los cafés capuchinos... Pero resistirse al deseo que despertaba en ella su atractivo anfitrión, quizás acabara por obligarla a volver a Nueva York...