Hay que responder ante todo a la cuestión de saber por qué se llaman «pruebas» las experiencias penosas por las que tiene que pasar el hombre. Responderemos que esas experiencias son pruebas en función de nuestra fe, lo cual indica que, respecto a las experiencias turbadoras o dolorosas, tenemos deberes que resultan de nuestra vocación humana, es decir, debemos probar nuestra fe respecto a Dios y respecto a nosotros mismos. Respecto a Dios por medio de nuestra inteligencia, de nuestro sentido del absoluto y por consiguiente de nuestro sentido de las relatividades y de las proporciones; respecto a nosotros mismos por medio de nuestro carácter, de nuestra resignación al destino y de nuestra gratitud. Hay, en efecto, dos maneras de combatir las huellas que el mal o más precisamente el sufrimiento deja en el alma; en primer lugar, nuestra conciencia del Sumo Bien, la cual coincide con nuestra esperanza, en la medida en que esta conciencia nos penetra; en segundo lugar, nuestra aceptación de lo que en lenguaje religioso se llama la «voluntad de Dios»; y es ciertamente una gran victoria sobre sí mismo aceptar un destino porque es la voluntad de Dios y por ninguna otra razón.