Lentamente, como dándome tiempo para alejarme, rozó sus labios contra mi mejilla. Tierno, cálido y desoladoramente gentil.
Me obsequió poco menos que una caricia antes de regresar a su habitual rigidez. Hubiera permanecido inmóvil desde el momento en el que su boca erizó mi piel.
"Algún día... algún día podré responder a todas tus preguntas", dijo, soltándome la mano y alejándose de mí. "Pero no podré hacerlo hasta llegado el momento correcto. Hasta que estemos a salvo." En la oscuridad, el tono de su voz indicaba que sus ojos rebosaban de amargura.
Cuando se fue, exhalé una bocanada, y recién ahí descubrí que había estado aguantando la respiración.
Tras su partida descubrí que deseaba con todo mi ser su calidez, su cercanía.