¿Por qué tantas iglesias en nuestra cultura son tan débiles, impotentes, mundanas y cada vez más intrascendentes? David Martyn Lloyd-Jones nos da al menos una razón al preguntar: “¿Cuándo fue la última vez que oyó desde el púlpito cristiano alguna referencia al tema de la disciplina? ¿Con qué frecuencia ha escuchado sermones o mensajes sobre el tema? La palabra casi ha desaparecido, y lo que significa y representa ha caído en el olvido. Y, lamentablemente, no solo se descuida la disciplina, sino que hay muchos que aun tratan de justificar el que se la ignore”. Para una pequeña minoría, es como si Lloyd-Jones le estuviera dando un sermón a los que todavía se mantienen fieles en practicarla. Pero para muchos, es tan incomprensible como si estuviera hablando en otro idioma.
Jesucristo dio a sus iglesias compradas con su sangre instrucciones positivas acerca de la disciplina eclesiástica: “Evangelio 1: Dios es santo. Todos hemos pecado, lo cual nos ha separado de Dios. Pero Dios envió a su Hijo a morir en la cruz y volver a la vida para que podamos ser perdonados. Todo el que cree en Jesús puede tener vida eterna. No somos justificados por las obras. Somos justificados solo por fe. ¡Por eso, el evangelio llama a todas las gentes a ‘sencillamente creer’! Un Dios que ama incondicionalmente nos acepta tal como somos. Evangelio 2: Dios es santo. Todos hemos pecado, lo cual nos ha separado de Dios. Pero Dios envió a su Hijo a morir en la cruz y volver a la vida para que podamos ser perdonados y comenzar a seguir al Hijo como Rey y Señor. Todo el que se arrepiente y cree, puede tener vida eterna, una vida que comienza hoy y se extiende por la eternidad. No somos justificados por las obras. Somos justificados solo por la fe, pero la fe que obra nunca está sola. Por eso, el evangelio llama a todas las gentes a ‘arrepentirse y creer’… [Un] Dios amante nos acepta contrariamente a lo que merecemos y luego nos capacita por el poder del Espíritu a llegar a ser santos y obedientes como su Hijo. Por medio de reconciliarnos con él, Dios nos reconcilia con su familia que es la iglesia, y nos capacita como pueblo suyo a representar unidos su propio carácter santo y trina gloria”1. En el contexto de una iglesia que predica el Evangelio 1, la idea de una disciplina eclesiástica puede parecer extraña, si no directamente contradictoria. Sin embargo, el evangelio divino de gracia transforma a las personas. El arrepentimiento por el pecado, la fe en el SEÑOR Jesucristo, el nuevo nacimiento y un nuevo corazón, la unión con Cristo y la gracia dada por Dios que produce una santidad que refleja a Dios son señales de vidas transformadas. En la congregación que comprende la gracia, el arrepentimiento, la fe, las vidas transformadas y el negarse a uno mismo, la disciplina eclesiástica es una expresión del amor de Cristo (Ap. 2-3). El amor a Cristo y los unos por los otros exige rendición de cuentas.
En vista de esto, Portavoz de la Gracia enfoca la disciplina eclesiástica. R. Albert Mohler, Jr. presenta este tema crucial explicando las razones históricas y culturales por las que la disciplina eclesiástica ha desaparecido de las iglesias norteamericanas. Hezekiah Harvey luego define bíblicamente qué es disciplina eclesiástica. James Bannerman revela, basándose en las Escrituras, que la disciplina no se originó por tradición humana: fue instituida directamente por Jesucristo, la Cabeza de la Iglesia. Después, John Gill nos instruye en las maneras bíblicas en que una iglesia admite a las personas o las excluye de su membresía. En un segundo artículo suyo, Mohler demuestra que la disciplina instituida por Cristo preserva la pureza visible de los que profesan el nombre del Cristo resucitado. Daniel Wray explica la necesidad de la disciplina, y a esto le sigue un tercer artículo por Mohler que describe las tres áreas vitales que requieren disciplina. ¿Cuáles son las modalidades de la disciplina eclesiástica? ¿Qué tiene la iglesia autoridad de hacer en este sentido? Daniel Wray responde a estas preguntas para nuestro beneficio. La excomunión es un tema difícil, y Jonathan Edwards detalla la naturaleza de esta severa disciplina. Nadie puede practicar esto en la iglesia sin encontrar objeciones. Wray nos da la respuesta a varias de las más comunes. Por último, Charles Spurgeon nos exhorta personalmente y como congregaciones de Jesucristo, a mantener pura a la iglesia del Señor.
¿Es esto realmente importante? Considere las observaciones profundas de Robert Murray M’Cheyne: “Cuando comencé la obra del ministerio entre vosotros, ignoraba totalmente la gran importancia de la disciplina eclesiástica. Creía que mi gran y casi único trabajo era orar y predicar. Consideré a vuestras almas tan preciosas y el tiempo tan breve que dediqué todo mi tiempo y cuidado y fuerzas a trabajar de palabra y doctrina. Cuando los casos de disciplina nos eran presentados a los ancianos y a mí, los encaraba con una especie de aversión. Era un deber que rehuía y puedo decir sinceramente que casi me llevó a dejar totalmente la obra del ministerio entre vosotros. Pero plugo a Dios, quien enseña a sus siervos de un modo distinto de lo que lo hace el hombre, bendecirme con casos de disciplina para la conversión manifiesta e indubitable de las almas de aquellos bajo nuestro cuidado. Y desde esa hora, se encendió una nueva luz en mi mente, y vi que si la predicación era una ordenanza de Cristo, también lo era la disciplina eclesiástica. Ahora estoy profundamente convencido de que las dos proceden de Dios, que Cristo nos confía dos llaves: la primera es la llave de la doctrina con la cual abrimos los tesoros de la Biblia; la otra llave es de la disciplina con la cual abrimos y cerramos el camino para sellar las ordenanzas de la fe. Ambas son dones de Cristo y ninguna de las dos puede ser descartada sin pecar”. La disciplina eclesiástica, como la dio Cristo, no es sentenciosa ni carece de amor—es parte del centro mismo de una vida cristiana santa. Quiera Cristo ayudarnos a vivirla.